La chispa que ensombreció.

El suelo crujió en cuanto clavé el palo de hierro en el suelo con mi pulso temblando. Apenas veía nada porque era muy tarde, la luz se desvanecía y por suerte, la tienda la montamos antes de que la noche venciese.

Los árboles nos rodeaban, y no era la primera vez.

Encaminé mis pasos hacia el vehículo de Anthea, abrí el maletero agarré mi mochila cubierta de flamencos, donde dentro, habían unos bocadillos de bacon con queso que estaban para desmayarse, junto con unas birras todavía frescas. Se supone que ésta noche debe de ser una de esas que no se olvidan; o más bien no recuerdas al día siguiente.

- Oli, no entiendo por qué no hacemos rutas más a menudo en lugar de desperdiciar el tiempo sin hacer nada en nuestras casas, hablando por el móvil, leyendo, sin hacer nada real - ella siempre tan realista. Tengo que reconocer que Anthea era de esas amigas que te dan pellizcos mientras estás en un sueño pleno, evitando algunas de las caídas del abismo, antes de llegar al suelo.

- No lo sé, quizá estamos más dormidos que despiertos - saqué una caja de cerillas de la mochila, y con la mirada, busqué algunos palitos que pusiesen a prueba mi piromanía. 

La sorpresa fue que Jack, ya estaba encendiendo lumbre, y yo nada; sonriente y encantada.

- ¿Me pasas una rubia, preciosa?- cuestionó mi llama, Jack, mientras frotaba sus manos.

Hacía rato que tenía algo de frío, y mis pies no tardaron en acercarse al calor automáticamente, sentándome también casi que al instante junto a las manos que crearon la primera chispa de luz en cuándo la oscuridad ya nos alcanzó.

Texto escrito por: Ainoa Rodríguez Bravo