Un grito se ahoga en su mente, dice un basta hueco. Sus manos tiemblan, pero no deja sus quehaceres a pesar de ello, debe de comer algo. Se obliga a no dejarse, es una obligación tratar de estar sana y fuerte. La presión de su pecho, nuevamente la tortura asfixiandola, y su vista se empapa de una niebla mojada.
Su madre le grita, una y otra vez palabras de destierro. Son como agujas afirmantes esos vocablos, envenenando toda oportunidad de una reconciliación, agujas que, confirman todas las verdades a sus mentiras. Abandonandola a su suerte y con desprecio. Todos esos alfileres hacen que abra los ojos con brutalidad, y su pecho se desgarra porque no hay ninguna excusa para engañarse nuevamente, y así pensar que su madre la quiere.

Y entonces, por un segundo piensa que, si su madre no la quiere, ¿por qué lo iban a hacer otras personas?

Texto: Ainoa Rodríguez Bravo

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