Cuando miro mi ventana, no veo más que tejados, cables, y paredes en bloques esparcidos tapando la mitad de ese cielo que quisiera ver desnudo, con sus trozos de vapor levitando por detrás de unas montañas.

El aire que está tan encerrada entre estas cuatro paredes como yo, me acompaña, y es ahí entonces cuando enciendo una llama, una luz que desciende, que se apaga manteniendo una pequeña brasa ardiendo, meciéndome con su aroma a incienso. A su paso, deja su pasado, su ceniza, sin dejar de quemarse.

Acaricio mi cansancio, mi alma, mi pentáculo en forma de lunares situado en el lado izquierdo de mi estómago. Y es ahí cuando me encuentro, cuando sé que a quién pertenezco es a mí misma y a la naturaleza, es ahí cuando lloro con ella por lo que le hacen, y me hacen. Ahí es cuando me llama para abrazarla, porque ama demasiado, y necesita tanto amor como seguridad. Y ella, es mi razón, el motivo por el que viviría, moriría y renacería de nuevo.



Quiero dormir junto a ella, sentirla bajo mis pies, darle todo lo que soy y agradecer que me quiera por encima de todos mis fallos.


Texto escrito por: Ainoa Rodríguez Bravo

Comentarios

  1. como siempre un gran texto lleno de profundidad

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  2. Tanto sin hablarnos, a ver si retomamos esos mails.

    Por lo pronto, veo que no has dejado de escribir tan lindo :)

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