Una imagen por segundo.

Calentaré el café, escucharé Matthew Perryman Jones por un oído y me sentaré a hablarte, a leerte. Leer que imaginas que estoy a tu lado, que me quieres sentir. Seguiré leyendo esas líneas que solo tú sabes teclear con tanta ternura, para que me toquen y consigas el reto un día más de engancharme a ti.

Volverás a conseguir que mis sentidos se aturdan con tanto deseo y hasta te adueñas de mis párpados; los cierras y los abres como si de una persiana se tratase.

La necesidad va en aumento al igual que nuestras tardes, nuestras noches. Y éste sentir que tengo, éstas ganas de vivir son solo el efecto de un sueño, de lo que quiero ser, de lo que quiero que nazca, de lo que quiero que tú y yo seamos, de lo que quiero hacer contigo.

Consigues que todo ésto se haga llevadero, apartando pequeñas ansiedades, apartando el miedo de que nada pueda salir. Y es precioso pensar que cuando yo pienso en ti mirando el techo y lo que no suele ser un techo, tú puedas estar en cualquier otro lugar, haciendo exactamente lo mismo por mí. Y eso es bonito, muy bonito; porque es más de lo mismo, como si estuviese realmente susurrándote todo lo que hay dentro. Como un gritito entre miradas, pero indirectamente; porque te las mando en pensamientos. Y que por eso te emparras, tanta imagen a veces te bloquéa.

Ya ves, no soy perfecta, no tengo control de lo que te mando, lo siento, lo pienso y te lo suelto. La impulsividad parece que te encante tanto como a mí y lo mejor de todo, sabes analizar cada palabra, cada mirada e imagen que te mando. Aprendes rápido a desbloquearte y tratas de encajar cada retrato en nuestra historia, en una historia que aun queda por poner en práctica. Conseguir que forme parte de tu vida, para que seamos nuestros de una vez. Y lo mejor de todo es que creo que tú mandas tanta imagen como yo, para saturarme sin cables.